En cuestión de un segundo, la muerte hace añicos un espejo.
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Como una llama atrapada en su propia quemadura, así se envenenan los días.
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Dos retratos
I
Su mirada: un cuenco vacío, un invierno en tiras, un gesto sin mapa. Y sus labios la frontera de un turbio nido.
II
En su rostro serio duermen una herida y un niño.
Imagen: Chema Madoz