
Tocar tu piel,
el pulso abierto
al filo de la mirada.
Que ésa sea
la casa, la estrella
del primer día.
Rosa inflamable,
boca del aire.
Al morirme, una mosca oí zumbar; había
en la estancia una calma
parecida al sosiego
del aire entre un jadeo de borrasca.
Unos ojos sin lágrimas en torno;
y todos contenían el aliento
para el último asalto, cuando el Rey
ya está en el aposento.
Mis dádivas legué, y cedí con mi firma
la parte que quedaba
aún por asignar. Y se interpuso
entonces una mosca; tropezaba
y tenía un zumbido azul, incierto
entre mí y la luz viva;
entonces se borraron las ventanas
y luego verme viendo no podía.