
Al morirme, una mosca oí zumbar; había
en la estancia una calma
parecida al sosiego
del aire entre un jadeo de borrasca.
Unos ojos sin lágrimas en torno;
y todos contenían el aliento
para el último asalto, cuando el Rey
ya está en el aposento.
Mis dádivas legué, y cedí con mi firma
la parte que quedaba
aún por asignar. Y se interpuso
entonces una mosca; tropezaba
y tenía un zumbido azul, incierto
entre mí y la luz viva;
entonces se borraron las ventanas
y luego verme viendo no podía.
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