lunes, 24 de octubre de 2011

EMILY DICKINSON



Al morirme, una mosca oí zumbar; había

en la estancia una calma

parecida al sosiego

del aire entre un jadeo de borrasca.

Unos ojos sin lágrimas en torno;

y todos contenían el aliento

para el último asalto, cuando el Rey

ya está en el aposento.

Mis dádivas legué, y cedí con mi firma

la parte que quedaba

aún por asignar. Y se interpuso

entonces una mosca; tropezaba

y tenía un zumbido azul, incierto

entre mí y la luz viva;

entonces se borraron las ventanas

y luego verme viendo no podía.


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